martes, 28 de febrero de 2023

En Blanco

Cómo esta hoja, hoy mi ser está en blanco. Tanto ha pasado, tantos procesos, tanto ajuste. Las cosas importantes permanecen (el amor, la familia) pero todo lo demás cambia y yo misma cambio.
Otra vez en esta jaula burocrática, aun sin salir de las deudas, de la presión, de las angustias de trabajar sin propósito, para una causa torcida. Mi salud lo resiente, y este año lo he empezado bache tras bache de dolores y malestares. Aunque lo del dinero ya va mejorando, aún cuando  la salud regresa y el sobrepeso se está por fin largando para siempre de mi vida, aunque mi matrimonio y mi familia son todo amor y unión, sigo sin entender qué hago aquí o qué debería hacer. Sigo sin rumbo, en blanco. 
En una racha de entusiasmo hace unas semanas me anoté a varias actividades deportivas y académicas. Hoy lo dejo casi todo. Porque necesito quitarme pesos, presiones, necesito solo poder pasar el día y llegar a mi cama sin sentir que me faltó hacer esto o lo otro.
El trabajo es cada día un poco más decepcionante, con sus dinámicas bizantinas, con el machismo, con la sensación de invisibilidad. Pero lo necesitaba y lo necesito, y lo hago porque dejarlo todo, todo, significa perder ya el sentido de la autopreservación. Yo no quiero repetir historias familiares, no quiero ser un fantasma. Pero no me siento tampoco en el ánimo de convivir con tanta gente aparte de en quienes confío. 
Ayer eliminé a más de 200 personas de mi Facebook - amigos, familia, compañeros- y dejé sólo a los que conozco desde pequeña y a unos cuántos más que vale la pena conservar. Un total de 73 contactos. No creo volver a publicar nada ahí, pero en esta esclavitud digital, cerrar la red es también cerrar los negocios que en ella realizó, y sin redes, no hay marketing. 
En fin... Tengo 35 y este años cumplo 36 años, y sigo sin encontrarme en este mundo. Sigo sin entender las injusticias. Sigo navegando en mi barquito de vela en medio de la espesa niebla.
Me salvan mi esposo, que es mi mitad, mi familia, mi gato, mis contadas amigas. Me salva esa sensación de que esto también es pasajero, que esté espacio en blanco me sirve para simplemente respirar, dejar de pensar en todo, dejar de preocuparme por hallar un sentido. 
Voy a quedarme aquí, en este espacio en blanco. Quieta, moviéndome poco. Recibiendo amor y dándolo, amándome porque aquí estoy. 



domingo, 4 de septiembre de 2022

La Tormenta

Cada célula de mi cuerpo presiente que una tormenta se acerca. No se qué forma tendrá, pero ya la piel se electriza, duele en su interior, en la carne y en el espíritu. No se cual será su nombre, pero ya me oprime el pecho y me tiene intranquila. La tormenta que probablemente se lo lleve todo. Todo.

martes, 26 de abril de 2022

Treinta y cuatro

Tiene tantos años que me extravié, que casi he olvidado por completo quién era yo antes de tomar este interminable atajo. 

Ya estaba extraviada cuando decidí empezar a escribir en este espacio. Lo empecé en una época en la que creía que esto servía para llamar la atención de la gente. Temas intelectuales o "diferentes", que hicieran de mi una persona intelectual y diferente. Abrí otro espacio después de que este se llenó de cosas tristes, producto de los errores que iba cometiendo en el camino, y ese nuevo espacio era otro intento mas por ser notada, por ser leída. En suma, desde la época en que decidí que ya no era mas una niña y comenzaba mi vida adulta, di ese paso del que ya ni siquiera siento arrepentimiento, y otro paso, y otro más, hasta esta mañana.

¿Quién era yo?... Hoy por alguna razón azarosa y desconocida, empezando el día en la oficina, recordé una pieza musical y un momento muy feliz de mi vida ligado a ella. Me recordé unos 14 años mas joven, y mas delgada, y aun así, ya en el inicio de mi extravío. Pero esa pieza, un aria de ópera, género que tenía quizá varios años sin escuchar, me llevo a otra, y a otra... y de repente vino a mi esa sensación, esa ligereza de espíritu, el recuerdo de mí. 

Hace casi 20 años, era una persona -no importa que tan joven fuese- una persona libre. No conocía el desamor, no conocía el sexo, no conocía la depresión, ni la ansiedad ni el miedo a morir. Tenía una fe, no era atea, pero tampoco intentaba darle sentido o explicación a la misma, solo estaba ahí acompañándome. No había sufrido la muerte ni tampoco la falta de dinero. Como cualquier otra persona de esa edad, era feliz sin saberlo. 

Pero cuando hablo de que me perdí, no me refiero al pasar del tiempo o de los años. No es este un texto de añoranza de "los buenos tiempos". Yo me perdí en mí misma, en mi tren de pensamientos. Me convencí de que madurar rápido era mejor que disfrutar el paso lento, que disfrutar los días de universidad, de la juventud. Me convencí de que lo ideal era destacar, que tenía que ser alguien que dejara huella, ya sea en lo académico como en lo romántico y lo social. 

Entonces empecé a caminar por lugares bastante solitarios. Nunca hice amigos reales porque me empeñaba en perseguir el "éxito" y el "amor", dando tumbos de lado a lado, intentando convivir con gente mayor, llorando, tomando anticonceptivos, sintiendo celos, nervios, hartando a los demás con mi plática sobre ello.  Creo que nunca pasé un verano paseando con amigos, nunca fui a conocer sus pueblos, nunca recolecté una anécdota de esas que te sacan lágrimas de tanto reír. 

Tampoco perseguí mis sueños, ni siquiera los descubrí. Me autodenomine intelectual y elegí una carrera que fuera a tono con esa etiqueta. Y aunque la Historia como pasión me sigue llevando a las tardes de infancia con mi mamá, es la fecha que no la ejerzo ni pretendo ejercerla. Tampoco su secuela, la Comunicación. No me detuve a pensar que tenía tiempo para elegir, que no era obligatorio seguir adelante, que había muchísimas más opciones, más vidas por delante, no solo una. 

Me aferré algunos años a convertirme en "investigadora", y al final no hice eso, ni hice nada. Sigo buscando el sentido. Sigo esperando mi oportunidad. 

Me escondí. 

Me escondí en trabajos aleatorios de gobierno, en la comida, en el sexo, en las compras inútiles, en las redes sociales, en la nada. 

Descuidé mi cuerpo, mi mente y mi alma. Dejé de leer, de dar paseos largos a pie, de escuchar la música que me gustaba, de hacer música, de escribir finalmente. Me enfundé en mi disfraz de adulto, y dejé ir todo. Pero ni siquiera como adulto pude encontrar mi lugar. No fui feliz en las oficinas, no lo soy aun; no fui feliz en las relaciones románticas, hasta apenas hace unos pocos años que encontré la paz y la redención en ese tema, con mi compañero de vida. No quise tener hijos, no he querido bajar de peso, no he podido dejar de morderme las uñas hasta sangrar. Sigo sintiendo miedo de las interacciones con extraños, sigo dándole demasiado espacio de mi día a perder el tiempo.

El atajo a la felicidad que tomé hace 17 años, exactamente la mitad de esta mi vida, el que tomé para crecer mas rápido, me llevó de ser auténtica y sencilla a convertirme en un cliché ambulante, a pesar de que todo lo hice en pos de "ser diferente". 

Y heme aquí, sentadita en mi escritorio de burócrata, que al final adorné como si fuera la habitación de una adolescente, esperando que den las 6 para ir a cenar de más, como siempre,  y a ver en mi teléfono fotos de lugares lejanos a los que probablemente no iré jamás, e ilustraciones que me muestran mundos mas fantásticos que el mío, hasta caer dormida. 

Es la balada de la crisis de la mediana edad. Nada nuevo, nada original. Ya a estas alturas ser original es algo a lo que simplemente se debe renunciar. 

No lamento tener 34 años, lamento tenerlos y haber desperdiciado los pasados 17 en querer llamar la atención, olvidándome de lo que yo quería o lo que me hubiera hecho feliz.

¿Queda algo por hacer? 

Supongo que sí. Ya que den las 6 pensaré en ello. 




domingo, 25 de diciembre de 2016

El salto y el sendero.

No era un espejismo, sólo una prueba de fe. Di el salto, y.... no caí. Unos brazos me sujetaron y me ayudaron a bajar gentilmente al suelo. Una mano tomó la mía, yo tomé una mano. Ida y vuelta. Ahora somos dos caminando en una misma senda. Hasta que la senda se acabe, o hasta donde ambos sepamos andar juntos de la mano, cuidando uno del otro. Son días de sol, aún en pleno invierno. No me puedo quejar.

domingo, 5 de julio de 2015

Difícil es

A veces cuando hemos visto llover por tantos años, el día que el cielo comienza a clarear no nos damos cuenta. Creemos que sólo es un momento de luz y que después llegarán las acostumbradas nubes a oscurecer y mojarlo todo. Si vemos un rayo de sol creemos que es un relámpago del que mejor sería huir, para que no nos golpee. Cuando hemos pasado tanto tiempo viviendo en el desierto, el día que miramos a lo lejos el oasis creemos que se trata de un espejismo más, de esos que cada cierto tiempo se nos manifiestan cuando más sed tenemos. Cuando un perro fue educado y entrenado con órdenes, castigos y un plato de agua y pan como recompensa, difícil es mostrarle que también existen los mimos, las caricias, los premios y sólo porque sí, sin truco implícito, sólo por cariño.

Difícil es ahora, enseñarle a este corazón que la existencia es cambiante como el cielo, a veces diluvia, pero también a veces el sol vuelve a calentar toda la tierra; que es como un desierto, con muchas millas por andar entre dunas de arena, pero siempre con un oasis que nos recuerda que la vida siempre triunfa, siempre florece; que no todas las personas son malas o tienen malas intenciones, que también existe la gente buena, sencilla, derecha, la gente que como uno, sólo vive en busca de un lugar donde descansar, donde ser feliz.

Difícil es volver a creer en la belleza del amor, en el calor de la amistad, en la satisfacción de lo cotidiano. Difícil es escribir esto sin sentir que se moja todo el espíritu de lluvia. Difícil es creer que uno también es merecedor de un poco de descanso al interior de unos brazos que sólo buscan un abrazo, de una mano que sólo busca otra mano, de unos labios con un beso sincero.

Pero por difícil que sea, no se puede dejar de intentarlo, porque finalmente la vida es esto, un tren que viaja en línea recta, que pasa por muchas estaciones, y es uno el que elige dónde bajar, cuándo regresar, si seguir, o no.

Después de viajar, de vivir en otros sitios, se aprende que quizá la aventura es buena, pero lo que la vuelve maravilloso es la gente y los lugares que hacen no querer continuar el viaje, y permanecer. Lo mismo sucede con el amor. Es intenso, pero nunca será real si no hay permanencia, si no hay calma.

Hoy mi tren se ha detenido en un lugar que yo no conocía, donde hay agua, y sol, y verdes pastos; donde la gente es amigable, sincera, donde no hay conflictos, donde encontré incluso una mirada, y un beso, y un abrazo que tenía quizá toda una vida de no sentir.

Y yo tengo miedo de que sea un espejismo, una ilusión fallida, una estación breve. Y a ratos muero de ganas de saltar de regreso al tren, encogerme en mi asiento y dejar que la máquina me aleje de ahí, y me lleve muy lejos, muy lejos a nuevos lugares que me hagan olvidar ese lapsus de falsa dicha. Pero no puedo hacerlo, no quiero hacerlo. ¿Qué tal que no es una ilusión? ¿Qué tal que huyo y me pierdo en una nueva tormenta? ¿Qué tal que este lugar es el lugar al que se supone que debería de llegar, y no otro?
No puedo huir esta vez, de alguna manera tengo que olvidar el invierno, y darme cuenta que ya estamos en verano.

Difícil es.... pero no imposible.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Junto al caldero

Unas cuantas palabras para no perder la costumbre, un minuto junto al caldero para huir del resto del mundo. Busqué hasta el cansancio la inspiración que me trajera de vuelta y para siempre a este país, pero por más que intento avanzar, la melancolía está ahí, nublando mi mente, robando mis pensamientos, alimentándose de mis sueños. Pero de cualquier forma regresé, aunque me vuelva a ir en unos minutos, porque de repente ya no podía respirar. Toda la basura que hay en mi cabeza, toda esta tristeza, esta nostalgia de lo pasado y lo más pasado, estos sueños traicioneros que me llevan una y otra vez, noche tras noche a donde ya no he de volver jamás. Por eso escapé, aunque sea solamente para vertirlo todo en el caldero e irme; porque hay ocasiones en las que el único sitio donde no me siento cansada de misma es aquí, en esta cabaña solitaria, vestida con estas ropas tan distintas, rodeada por este bosque misterioso, acompañada por las criaturas que en él habitan. Aquí y solo aquí siento que no todo lo hago mal, que soy algo más, algo único.
Ahora me iré, de vuelta al cansancio permanente, a mi niebla, a mi decidia, a mis dudas, a mi pequeñez y mis errores... Ahí donde no soy más que una persona detrás de una pantalla, mirando el abismo de un mundo lleno de injusticias, de muerte, de tristezas cotidianas, tan sólo iluminado por el cálido refugio de mis seres más amados... Sin ellos todo es vacío, no hay nada más que ellos en mi realidad... No hay ya fe, ni ilusiones, ni proyectos o metas claras, sólo ellos y la niebla... Adiós mi caldero, nos veremos pronto, cada vez más seguido; vendré a refugiarme en ti, en lo que vuelve a salir el sol.

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