martes, 8 de diciembre de 2009

Arrieros

Pocas veces en la vida nos detenemos a examinar la senda que pisamos. Machado sí lo hizo al parecer, y nos devolvió ese gran verso de "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar".
Mirar el suelo es algo que a lo mejor hacemos a diario, pero jamás nos ponemos a pensar sobre ese suelo, de dónde viene, a dónde va.
Este día quisiera hacer una reflexión sobre el camino, ya que me encuentro en un momento en el que la senda no es muy clara, pero los pasos sí son firmes.
Cuando somos niños el camino es eterno, ni siquiera estamos concientes de que lo estamos transitando, el mundo es un patio de juego, las pequeñas dichas son el pan de cada día, la simplicidad no le deja espacio a la angustia, todo es de colores.
Sin embargo crecemos un poco más, y la vida deja de ser simple, se vuelve un drama en el que somos los incomprendidos protagonistas, esperando desesperadamente la adultez.
Y como todo en esta vida, la adultez -que no forzosamente madurez- llega a nosotros, disfrazada de responsabilidad, de deudas, de desempleo, de ansiedad, de soledad a veces, y entonces nos arrepentimos de no haber jugado lo suficiente cuando
tuvimos el tiempo.
Ese limbo entre la perdida infancia y la temida vejez, ese trecho llamado edad adulta, es la etapa en la que la vida, en su esencia, se desarrolla y alcanza su clímax.
Hoy hablo desde la mismísima entrada a ese mundo tan doloroso como feliz, en la víspera de una nueva etapa conocida como independencia, mezclando en el mortero tanto el miedo como la emoción, convencida de que lo que viene, no es ni bueno ni malo, sino lo que tiene que ser. Así es como debe de ser, y sólo depende de con qué ánimo, prudencia y determinación vivamos, el que nos parezca la etapa más terrible, o la más grata.
La vida es tan corta y nosotros en cada etapa -excluyendo la bendita infancia- no paramos de quejarnos y de extrañar las etapas que no pudimos disfrutar del todo por estarnos quejando entonces. Ya Lehnon dice que "La vida es lo que te sucede mientras estas ocupado haciendo otros planes". Entonces dejemos los planes y dediquémonos a vivir, simplemente a vivir, antes de que la vida se nos vaya. Hagamos lo que se pueda con lo que se tenga, y dejemos lo que no se tiene en paz, pues nunca será nuestro.
Tener miedo es normal, el miedo está ahí para recordarnos lo mucho que vale todo aquello que poseemos, el miedo se encarga de hacernos más fuertes. El valiente no es el que no conoce el temor, sino aquél que siente miedo y aún así camina hacia su destino.
Deberíamos aprender más de los niños, que sin saber nada, todo aprenden, y día a día se arriesgan a experimentar todo un mundo de cosas nuevas. Que a pesar del miedo a las caídas desean caminar y también correr, que apenas hablan a medias, sin miedo al ridículo, para hacerse entender, para hacerse escuchar. Esos niños que no odian, ni añoran, ni envidian, solo viven su presente, y ríen, aun cuando los veamos con los más pobres vestidos y en las condiciones más adversas, ríen de nosotros, son mejores. Todos deberíamos ser niños, espejos de luz, ajenos a los malos sentimientos, y dispuestos a vivir cualquier aventura que se nos presente.
Una actitud así es la que podría transformar nuestra dura adultez en un éxito(sin que esa palabra tuviera algo que ver con logros económicos o académicos). El que sabe reir y levantarse, el que sabe dar el primer paso, el que sabe extender primero la mano, ese es el vencedor y ya no necesita más, pues se ha vencido a sí mismo, es su dueño. El que al ir por el camino se detiene y al darse cuenta de todo lo que ha recorrido y todo lo que le falta, sonrie, ese hombre ya no va más por el camino, pues le han crecido las alas y ahora puede volar a donde él quiera, al infinito.

Mientras tanto, es bueno saber que no vamos solos, que siempre hay otro caminantes en la vereda, con los que podemos hablar y compartir, y alegrarnos de que la vida es buena, que "arrieros somos, y en el camino andamos", y eso está bien...
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