martes, 26 de abril de 2022

Treinta y cuatro

Tiene tantos años que me extravié, que casi he olvidado por completo quién era yo antes de tomar este interminable atajo. 

Ya estaba extraviada cuando decidí empezar a escribir en este espacio. Lo empecé en una época en la que creía que esto servía para llamar la atención de la gente. Temas intelectuales o "diferentes", que hicieran de mi una persona intelectual y diferente. Abrí otro espacio después de que este se llenó de cosas tristes, producto de los errores que iba cometiendo en el camino, y ese nuevo espacio era otro intento mas por ser notada, por ser leída. En suma, desde la época en que decidí que ya no era mas una niña y comenzaba mi vida adulta, di ese paso del que ya ni siquiera siento arrepentimiento, y otro paso, y otro más, hasta esta mañana.

¿Quién era yo?... Hoy por alguna razón azarosa y desconocida, empezando el día en la oficina, recordé una pieza musical y un momento muy feliz de mi vida ligado a ella. Me recordé unos 14 años mas joven, y mas delgada, y aun así, ya en el inicio de mi extravío. Pero esa pieza, un aria de ópera, género que tenía quizá varios años sin escuchar, me llevo a otra, y a otra... y de repente vino a mi esa sensación, esa ligereza de espíritu, el recuerdo de mí. 

Hace casi 20 años, era una persona -no importa que tan joven fuese- una persona libre. No conocía el desamor, no conocía el sexo, no conocía la depresión, ni la ansiedad ni el miedo a morir. Tenía una fe, no era atea, pero tampoco intentaba darle sentido o explicación a la misma, solo estaba ahí acompañándome. No había sufrido la muerte ni tampoco la falta de dinero. Como cualquier otra persona de esa edad, era feliz sin saberlo. 

Pero cuando hablo de que me perdí, no me refiero al pasar del tiempo o de los años. No es este un texto de añoranza de "los buenos tiempos". Yo me perdí en mí misma, en mi tren de pensamientos. Me convencí de que madurar rápido era mejor que disfrutar el paso lento, que disfrutar los días de universidad, de la juventud. Me convencí de que lo ideal era destacar, que tenía que ser alguien que dejara huella, ya sea en lo académico como en lo romántico y lo social. 

Entonces empecé a caminar por lugares bastante solitarios. Nunca hice amigos reales porque me empeñaba en perseguir el "éxito" y el "amor", dando tumbos de lado a lado, intentando convivir con gente mayor, llorando, tomando anticonceptivos, sintiendo celos, nervios, hartando a los demás con mi plática sobre ello.  Creo que nunca pasé un verano paseando con amigos, nunca fui a conocer sus pueblos, nunca recolecté una anécdota de esas que te sacan lágrimas de tanto reír. 

Tampoco perseguí mis sueños, ni siquiera los descubrí. Me autodenomine intelectual y elegí una carrera que fuera a tono con esa etiqueta. Y aunque la Historia como pasión me sigue llevando a las tardes de infancia con mi mamá, es la fecha que no la ejerzo ni pretendo ejercerla. Tampoco su secuela, la Comunicación. No me detuve a pensar que tenía tiempo para elegir, que no era obligatorio seguir adelante, que había muchísimas más opciones, más vidas por delante, no solo una. 

Me aferré algunos años a convertirme en "investigadora", y al final no hice eso, ni hice nada. Sigo buscando el sentido. Sigo esperando mi oportunidad. 

Me escondí. 

Me escondí en trabajos aleatorios de gobierno, en la comida, en el sexo, en las compras inútiles, en las redes sociales, en la nada. 

Descuidé mi cuerpo, mi mente y mi alma. Dejé de leer, de dar paseos largos a pie, de escuchar la música que me gustaba, de hacer música, de escribir finalmente. Me enfundé en mi disfraz de adulto, y dejé ir todo. Pero ni siquiera como adulto pude encontrar mi lugar. No fui feliz en las oficinas, no lo soy aun; no fui feliz en las relaciones románticas, hasta apenas hace unos pocos años que encontré la paz y la redención en ese tema, con mi compañero de vida. No quise tener hijos, no he querido bajar de peso, no he podido dejar de morderme las uñas hasta sangrar. Sigo sintiendo miedo de las interacciones con extraños, sigo dándole demasiado espacio de mi día a perder el tiempo.

El atajo a la felicidad que tomé hace 17 años, exactamente la mitad de esta mi vida, el que tomé para crecer mas rápido, me llevó de ser auténtica y sencilla a convertirme en un cliché ambulante, a pesar de que todo lo hice en pos de "ser diferente". 

Y heme aquí, sentadita en mi escritorio de burócrata, que al final adorné como si fuera la habitación de una adolescente, esperando que den las 6 para ir a cenar de más, como siempre,  y a ver en mi teléfono fotos de lugares lejanos a los que probablemente no iré jamás, e ilustraciones que me muestran mundos mas fantásticos que el mío, hasta caer dormida. 

Es la balada de la crisis de la mediana edad. Nada nuevo, nada original. Ya a estas alturas ser original es algo a lo que simplemente se debe renunciar. 

No lamento tener 34 años, lamento tenerlos y haber desperdiciado los pasados 17 en querer llamar la atención, olvidándome de lo que yo quería o lo que me hubiera hecho feliz.

¿Queda algo por hacer? 

Supongo que sí. Ya que den las 6 pensaré en ello. 




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