Caperucita Roja exhaló profundamente, y decidió que no iría a ningún sitio, que no correría, que no huiría. Se quedaría ahí, afrontando su destino reflejado en aquellas fauces abiertas. De otra forma, ¿qué le esperaría?, una existencia ordinaria a lado de aquel leñador que había pedido su mano, un futuro gris y sin emociones, una condena a morir en vida... Y eso no era lo que ella había soñado. Decidió esperar a que el lobo acabara con ella, albergando sin querer la esperanza de que aquella bestia decidiera raptarla en vez de asesinarla, y llevársela al bosque, a la oscuridad de la noche, a vivir como una salvaje, a vivir de verdad... Se plantó pues, con su dos pequeños pies frente al lobo que aullaba, y le dijo en un breve suspiro: "Aquí estoy, haz lo que quieras conmigo".
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